sábado, 9 de abril de 2011

LA CRÍTICA COMO NOTA SOSTENIDA



Actualizaciones y proyecciones en Para Nunca Olvidar de José Paredes
Por Francisco Ovando Silva

Una de las varas más utilizadas por la crítica para medir el porte y aporte de las obras literarias es la capacidad de ser leídas desde distintos puntos, posiciones de lecturas y relecturas, a través de las épocas. Los grandes monumentos poseen una vigencia inagotable que hace escapar las creaciones de su contexto de producción y las instala en una dimensión atemporal, un estante que puede ser alcanzado por cada nuevo paradigma de pensamiento y mirada social a través de la historia. Caso sin duda paradigmático será el Quijote que fuera revisado constantemente a través de los siglos que lo separan de nuestra actualidad y que cayó en las más diversas interpretaciones; una obra sencillamente divertida, una novela didáctica, una lucha romántica, un ejemplo del desvarío mental y así un largo etcétera.
            Si he mencionado esta característica común de las obras canónicas es porque precisamente enmarca la situación en la cual Para Nunca Olvidar enfrenta su segunda publicación. Si bien fue publicada por primera vez bajo la celosía densa de la dictadura pinochetista hace exactamente veinticinco años, y se levantó humildemente como una reacción al régimen, a diferencia de otras obras de la época el valor de los cuentos de José O. Paredes no se entrampa en el tiempo.
            Para Nunca Olvidar nos plantea frente a una problemática universal, propia del ser humano y que es tangencial a todas las épocas: la confrontación del sujeto frente a las figuras de poder. De por sí el fondo del libro escapa a toda forma y tiempo, pero también los toca. A través de este pequeño ensayo veremos cómo este libro contiene una crítica humana que se proyecta no sólo sobre la época que lo recibió por vez primera sino también a los cambios que vinieron al corto tiempo de su publicación y aún hoy a nuestra sociedad.

Derrotismo; crítica implícita y esperanza.

            He mencionado ya que Para Nunca Olvidar es un libro que contiene una crítica sustancial al hombre en su situación frente al poder. ¿Pero dónde está esta crítica? Es sencillo caer en el error de leer estos cuentos de una forma práctica y así considerarlos meros testimonios de denuncia (sin duda tienen algo de eso). Pero lo cierto es que en cada relato existe una crítica constructiva latente y una acusación que trasciende la situación de los personajes.
            En muchos de los cuentos presenciaremos a los hombres y mujeres desvalidos frente a los abusos de poder; personajes torturados, viudas de desaparecidos, detenidos al borde de la ejecución. Lo cierto es que lo que se nos presenta en los cuentos es justamente eso, el desconsuelo y la impotencia; al sujeto derrotado.
            El derrotismo se perfila como una actitud vital, una forma de defensa frente al poder que hace imposible la protesta y la respuesta; éste se transforma en una política organizadora de los hechos narrados que convierten a los personajes en pacientes y (son guiados) los guían a un final en los que ellos no tienen apelación alguna. Ese derrotismo que es ambiente, en cuanto rodea y aflige a los personajes, es también una disposición que asumen los mismos personajes. Los protagonistas que sufren los horrores del poder se instalan en la predisposición a la protesta infructuosa.
            En este punto es donde nace la crítica que hace Para Nunca Olvidar. Crítica implícita puesto que el narrador jamás la expresa. Sindica la violencia y el abuso del poder, por ello sin duda es denuncia. Pero también realiza un llamado de atención este individuo que se desenvuelve en las dinámicas del abuso, porque es pasivo y porque calla.
            En estos cuentos está la presencia del nadie vio nada, del siga transitando. Sin ir demasiado lejos ahí están los brutos lujuriosos de Topless y el gentío de Ojos azules. También existe un desgano por luchar, por intentar responder. Las figuras de poder hacen y deshacen a sus anchas, el hombre ha sido derrotado tanto por el poderío ajeno como por la impotencia propia.
            Esos elementos, la derrota y el mutismo, deben leerse a la luz del título mismo de este conjunto de cuentos y también de aquellos relatos que revelan la otra cara, la respuesta y la esperanza: Recordar siempre y Fuera el loco (antepenúltimo y último relatos del compendio, precisamente).
            La crítica final (implícita) se transforma en un llamado, y entonces se nos presenta claro: los abusos de poder invalidan al hombre, le sustraen de la respuesta y nada se obtiene callando que no sea el sino aciago. El llamado es a no olvidar, a no dejar de luchar. Las consecuencias de obviar dicho consejo son claras, están presentes en la mayoría de los cuentos.

Universalidad, vigencia y proyección

            Una de las características más relucientes de los relatos de Para Nunca Olvidar es precisamente la abundancia del símbolo, la analogía y la metáfora en la totalidad de los relatos.
            Y aunque estas figuras y herramientas fueron utilizadas en primera instancia de una manera práctica (para evitar disparar las alarmas de los censores y perseguidores del régimen), se han concretado como un puente entre lo singular de la dictadura militar y lo universal de la condición humana frente al poder. Precisamente porque se evitó el nombre al momento de hablar sobre la sociedad que se buscaba criticar, se enriquecieron los relatos con una universalidad innegable.
            De esta forma se encuentra, en distintos cuentos, a las instituciones del poder siendo representadas de maneras totalmente anacrónicas o desplazadas a lugares imprecisos. La falta de precisión al definir las coordenadas del espacio-tiempo termina por transportar las críticas de los relatos a un crisol de posibilidades.
            Desde los cuentos presentes en Para Nunca Olvidar se puede hablar hacia cualquier tiempo y lugar que contemple el conflicto que unifica los relatos; el sujeto frente al poder.
            La universalidad que se produce por ese alto trabajo simbólico en este libro colabora enormemente a su vigencia. Como ya he mencionado, los relatos apelan a una situación tangencial a toda época, y será vigente mientras el conflicto que critica siga sucediendo.
            Esta característica general del libro es precisamente la que soporta en gran medida la diversidad de lecturas posibles de los relatos. A continuación veremos las proyecciones que pueden leerse desde Para Nunca Olvidar y que abarcan por supuesto su propia sociedad, la post-dictadura y aun se proyectan a nuestros días.




Del 85 a la post-dictadura.

            Leer los relatos contenidos en este libro a la luz de las condiciones político-sociales del año 1985 en Chile ofrecerá como resultados el resalte de una fuerte crítica y consiguiente denuncia de, entre otras cosas, asesinatos, torturas, corrupción política, malas condiciones de los detenidos, y aun más importante, de la impotencia de las víctimas del periodo. Creo que sería innecesario ahondar en esto; los indicios en los relatos de Paredes son claros, y cualquiera que conozca nuestra historia podrá sacar provecho de estos cuentos y dar cuenta de qué es lo que denuncian.
            Lo que me interesa presentar ahora son las proyecciones que pueden encontrarse en Para Nunca Olvidar hacia el periodo de post-dictadura y cómo cinco años antes de la caída del régimen militar los relatos ya prefiguraban al sujeto de la post-dictadura.
            Hemos hablado ya sobre qué es lo que se denuncia y critica en los relatos de este libro. Se habla en extenso sobre la condición de la víctima desarmada de poder, del sujeto sometido sin respuesta. Y en una primera instancia, mientras el régimen militar seguía en pie, la crítica recaía en la misma sociedad que habría acogido los relatos por primera vez el ochenta y cinco. Sin embargo, en los noventa la situación política nacional ha cambiado. Tras un plebiscito nacional Pinochet cede el poder y la alianza política llamada Concertación asciende al poder con la tarea de re-establecer la democracia.
            La sociedad chilena ya no vive bajo el yugo dictatorial pero sin embargo ha caído en una dinámica de la amnesia y el distanciamiento. Si bien hoy, veinte años después de la caída del régimen militar, hay una activa y ardua tarea para reconstruir el pasado y sentenciar a los criminales que violaron los derechos humanos, el proceso que se vivió de forma inmediata a partir del noventa está teñido por otros tonos.
            Bien lo expresa Bernardo Subercaseaux en su artículo “El sueño de la razón produce monstruos (y también su vigilia)”, donde a través de la metáfora construida en torno a un canal de cable se habla sobre cómo los chilenos podían mirar la dictadura como un objeto casi kitsch, fantástico e irreal. Distanciarlo al punto de materializarlo casi como una mera materia de entretención, y por consiguiente, también dejar de interesarse por él.
            Ese sujeto post-dictatorial, capaz de desinteresarse, de distanciarse totalmente de su pasado inmediato, ya es adivinado de forma indirecta en estos cuentos de Paredes a modo de consecuencia. Las dinámicas que se narran a lo largo del libro, tanto como situaciones de derrota que desarman a la víctima así como también las situaciones donde se presencia el “aquí no ha pasado nada” y se niega a ver y denunciar el abuso, sientan las bases del hombre para que éste se desentienda de su pasado.
            Lo que sucedió con la mayoría de Chile en la post-dictadura es producto en parte de los hechos que denunció y criticó Paredes el mismo ochenta y cinco.  El sujeto humano (siempre enfrentado al poder, recordémoslo) que se retrata en Para Nunca Olvidar es aquel que puede llevar a la amnesia de la post-dictadura si no opta por el acto de memoria.
En cierta manera, podemos pensar que hay dos opciones de lectura en este libro. Una de sencilla denuncia y en cuyos relatos el final es simplemente trágico y pesimista y otra en que esos relatos derrotistas se leen a la luz de la esperanza (a partir de Fuera el loco y Recordar siempre). Lo sucedido en los noventa es precisamente el haber ignorado esa esperanza (que es igualmente memoria) propuesta también en el libro.


Proyecciones a modo de conclusión

            Los puntos que ya hemos tocado ligeramente confluyen para confirmar la vigencia en la que se mantiene Para Nunca Olvidar. Hemos hablado ya sobre cómo la universalidad de los relatos extiende su materia y logra que se aplique tanto a su primer contexto de recepción como a los diametrales cambios que sucederán a los pocos años de su publicación.
            Esa vigencia lograda a través de la imprecisión del espacio-tiempo documental y el mismo tema del libro que trasciende toda época por sí mismo, nos lleva a plantear con bastante certeza que estos relatos han de encontrar un eco nuevamente en nuestra historia (como también pueden encontrarlo en la historia de cualquier otra nación).
            En nuestra actualidad me parece necesario volver a estos cuentos no sólo pensando en entender mejor nuestro pasado, sino también en la búsqueda de claves que nos ayuden a sostenernos frente a nuestras actuales figuras de poder, buscando evitar la injusticia y el abuso.
           
            Tras veinticinco años de su primera recepción, Para Nunca Olvidar vuelve a ser editado y publicado. No debemos ver estos cuentos con la mirada del historiador ni visitar sus líneas con los ánimos de aquél que vuelve a un museo. Hoy estos relatos siguen siendo tan importantes como lo fueron hace veinticinco años. Siguen vigentes, con vida. Nos hablan de una condición humana esencial, de sus injusticias y de abusos que aun hoy siguen sucediendo.
            Este libro se ha fijado así mismo en esa estantería intemporal a la que siempre podremos volver. Con esta segunda edición tenemos una segunda oportunidad de alcanzar la repisa donde ha reposado por veinticinco años.

LA BELLA MOLINERA Y LA PÉRDIDA DEL AMOR Y DEL ABSOLUTO


En el libro de Jorge Aguilar Mora encontramos el ‘elogio’ a la pérdida del amor y del absoluto; del absoluto del objeto amado y a su irreparable pérdida. Hay una navegación por la belleza de lo perdido transformada en hermosura por medio del verso bello, que es la molinera, y por la música del adiós que viaja por cada poema de este épico y sustantivo libro y a la vez intenso, que nos lleva en tensión desde el primer verso hasta el último como si se tratara de una cuerda de guitarra o violín tensadas al máximo por el poeta que las arpegia. Hay un gran arte en estos poemas en que se combinan la música del adiós -como en la Canción del adiós de Gustav Mahler basada en los poemas de Rückert, cantada por la sublime voz de Katlheen Ferrier- en la forma en que el poeta conduce la evolución de su maestra obra en cada verso, estrofa, pausa, congoja; en cómo él, Creador, se conduce en la totalidad del poema y en la coda final: Ruinas. El único poema, de los 19, que lleva título, como si de darle nombre a lo muerto se tratase. 

Nos da aire el poeta y nos deja sin aliento mientras vamos caminando entre ellos y el significado que vamos aprehendiendo al ir integrándonos en su lectura y a la vez en el reconocimiento de que la belleza tiene más de algo que decir en nuestra vida; en el cómo sentimos y entendemos el habla múltiple de un poeta que entra como sin saber en el nadir de su sentimiento poético; es decir, en su amor perdido; en este caso, en la poesía en que se pueda ver la relación que hay entre la glorificación de la vida (por medio de lo amoroso) y la penuria que es llegar a saber que no hay nada más después de ese absoluto. Sólo nos queda, como lectores, la soledad de un flaneur caminando en sí mismo; que está casi sin salida, sin llegada, sin la voz que se le perdió al caer la tarde en los senderos de La bella molinera.

Para que haya resurrección se escribe, escribimos. Escribe en las cinco líneas el compositor, buscando el equilibrio adentro de los cuatro espacios, fuera del Mi y del mí, dejando fuera de sí el confort del encierro, de la vida que pueda haber entre las líneas y el vacío acotado del pentagrama, es decir de su poema. Pero no la hay; porque la armonía ya dejó de ser también la búsqueda y no hay nada que mitigue el desarraigo que se expande desde su cuerpo a solas como las cuerdas descubiertas por la ciencia. En lo del amor no hay ciencia que valga; después de él hay una dispersión de los elementos que lo fecundan. He ahí el arte de estos poemas; son actuales y, a la vez, son pasado que desaparece como la harina que sube al cielo desde algún molino: el real y el que sale de nuestra angustia.

Al final, nos queda la búsqueda, el entender el ubi sunt, sin locus amenus; porque a ciencia cierta el poeta sabe, o lo presiente, que no hay vuelta: el absoluto –en este, su, caso– no tiene salida, por más que lo busque al calor de sus poemas que lo ayudan a ‘bien’ vivir –o a bien morir– no tiene sentido el seguir indagando por las causas que llevaron a un camino sin salida en su acto de amar, de desamar, de querer estar aquí y allá, porque era el presente lo que estaba en juego entre los amados que se distanciaban a la velocidad de la luz; aunque sin saberlo. Y, cuando llegó la hora de la verdad era tarde para remediar lo irremediable. He ahí el poema; la razón de ser de La bella molinera, de este gran poema de amor.

Hay que leer los poemas de La bella molinera para entrar en el sentido de éstos; en la pérdida y a la vez en la alabanza de la razón de amar y del Amor que hay en ellos y en nosotros, los que vivimos así la vida y sus circunstancias. Por medio del amor, o su perdición, sin remedio, perdidos también, un poco, y a la vez gozosos entramos al molino de ‘la bella molinera’ para desde su Pan, desde su música, tal vez vivir la catarsis que nos espera en los versos sublimes y a la vez luminosos del poeta en su cántico a su amor desaparecido… perdido irremediablemente, como todo ‘gran’ amor.

José Ben-Kotel
Silver Spring, marzo de 2011

AL VIENTO/ Viñetas




Casa sucia

     En Palacio los tienen entre ojos. No paran un minuto de hacer lo imposible para borrarlos de la faz de la tierra. Tienen los mejores estudios y los cuentos de sus espías en carpetas especiales con lo que hacen y no hacen esos hijos del demonio. Los tienen en la mira no sólo porque violan los derechos humanos, roban elecciones, ponen en bancarrota a sus países, espían a sus ciudadanos; torturan; asesinan niños, mujeres, ancianos y a todo el que tenga pinta de enemigo; hacen la guerra a los países vecinos, o a países lejanos; se pasan las leyes internacionales por el trasero, por lo que se ponen cada vez más fuera de la ley, porque creen que están sobre el bien y el mal, que están arriba de todo y de todos; y porque, de hecho, tienen todo el poder del mundo en sus manos manchadas de sangre y de otras calamidades. No tienen que mirar muy lejos, en todo caso, en la casa en cuestión: ellos son el armagedón; éste lo anuncian a diario, como una propaganda diabólica, para tener a sus ciudadanos, y de paso al mundo entero, con el alma en un hilo. En suma, los tiranos, son un gran peligro para la humanidad y para los valores occidentales, orientales, del sur, del norte, de los cuatro vientos. Por una cosa de moral los quieren exterminar como a ratas si pudieran, pero en Palacio todo les está saliendo al revés. Como ejemplo está la guerra que los está volviendo más locos de lo que son: no ha mucho el ‘gran’ jefe  reconoció la derrota pasándole la solución del conflicto al próximo presidente. Podemos deducir que los demonios no son los otros, están en la propia casa del dictador que robó las elecciones, sigue hundiendo a su país económica y moralmente, y dándole miles de millones a sus amigos y a las corporaciones que lo pusieron como el títere que es para robar con guante blanco los impuestos y el alma de los ciudadanos. Por lo que no hay que mirar muy lejos ni mirar la paja en los ojos ajenos: el enemigo lo tenemos en nuestra casa y pocos se han dado cuenta. La Casa Blanca hace tiempo dejó de ser inmaculada. Lo malo de todo es que no hay cómo cambiar el orden de las cosas ni la derrota–léase el derrumbe del país– que se viene peor que el reportaje de una muerte anunciada escrito hará años.

  



  Preguntas al alimón

    Quién le hace el juego a quién. Todo parecía indicar que a río revuelto ganancia de... perdedores. Los opositores, de la mano de su líder, creían que oponiéndose a como dé lugar en contra de las movidas del presidente para poner fuera del juego a los terroristas que andan dando los últimos palos de ciego –en una retirada de punto final, aunque tomadas por pinzas por estos, que de política saben muy poco; sólo conocían el silencio después de las balas, o el de los bombazos, o el de sus madrigueras. Cabría preguntarse si en realidad quieren la derrota del enemigo –en su caso y en el de todos, el enemigo principal sería los que por fin dejaron de matar– o le están dando más afrecho para que en aguas divididas saquen dividendos sustanciosos, los que están cambiando de piel. Quitándole la sal y el agua no llegarán muy lejos los que se oponen a remache a los pasos del gobierno para lidiar con la banda terrorista; se puede presagiar que llegarán nada más ni nada menos que a beber el amargo de su propia derrota e infamia. Tienen su agenda y no hay nada nefasto en ello, de eso se vive en democracia. Mas, cabría hacerse otra pregunta: estos benditos son demócratas reales ¿o son un espejismo? Todo lo ven en rojo (son peores que toros listos para el duelo a muerte) –en su caso en blanco y negro– y la vida no es así, sobre todo en política en que toda intransigencia mata a la gallina de los huevos de oro. De que tiene huevos, el señor cuestionado y sus seguidores, no cabe duda, con la salvedad que en cualquier momento se les pueden volver hueros. Es tiempo de ponerle el cascabel a los intransigentes y no dejar que sus consignas sigan ensuciando la mente de los ciudadanos que quieren más que nadie vivir en paz: el derecho de vivir en paz no se los debe ensuciar nadie. Hacen creer que la hecatombe está a la vuelta de la esquina es de frívolos, y no es para tanto. Por suerte la historia no se detiene y al final del largo camino los gritos a rebato de los intransigentes se los habrá llevado el viento: no habrá habido el Apocalipsis tanta veces anunciado por ellos y los que de manera implícita reconocían su derrota, escuchaban desde la vereda del frente los estertores de los que les hacían el juego.



   Post Mortem
    a Stella Díaz Varín

    Perdió la oportunidad de su vida al escribir la última crónica de la poeta en forma de epitafio, ¿o ‘reconocimiento’? Su mal gusto y mala leche, quedó demostrado otra vez al sacar a la luz historias íntimas de la occisa, que ya no venían al caso. Nosotros, sus lectores esperábamos algo mejor que su patética revancha. Era leyenda la mala vida y mejor fama que tuvo la glamorosa poeta en sus años jóvenes y en su irse del mundo de los tontos. El Fürher se equivocó de nuevo al demostrar su bajeza con la muerta que no tiene forma de refutar la fabulación de su vida pública hecha por el Palomo blanco, que de blanco tiene sólo su cabellera. Es un vil villano o está senil esta mala sombra, nos preguntamos y damos vuelta la hoja del diario. Hombre de mala fe, de mente podrida, le diría la poeta, si pudiera defenderse. Pero también recordaría que así son las cosas en su patria podrida, en que ni a los muertos dejan de chaquetearlos: la envidia es un arte nacional; bien lo supo en vida y ahora lo saben sus restos que debieran descansar en paz. El cronista mercurial sabe de esas cosas y a lo mejor ya está en su cuesta abajo y no tiene idea cuán gran poeta es la Estela, que a pesar de todo murió en su ley y nunca vendió su alma al diablo como otros de su generación, la que en los años del asco luchó junto a los suyos. Pudo hacer una hermosa crónica y no hizo más que ensuciar la memoria de la Musa de los del 50, como las palomas que bajan de las nubes a los enamorados de la Plaza de Armas con su producción terrestre.



  Tentados

    La dejó ir sin más, no porque quisiera. Era una desconocida y en aquellos minutos que estuvieron juntos les fue como la eternidad. A primera vista les fue el todo, que en todo caso no habría sido nada si no hubiera sido que la hermosa apoyase su pubis, como si nada la cosa, en el perfil de su mano que iba sujeta a la baranda metálica. Todo fue siendo súbito, ni que hubiera sido sueño. Dos, tres, cuatro estaciones; habría seguido hasta el final con ella, pero tenía que bajarse en El Llano. Sería todo, y más que una ilusión. Se movía al compás del tren, como si nada, y el vaivén imperceptible lo hacía soñar con el paraíso. Le recorría el calor que a todos nos da, y el morbo maravilloso. En ese instante único y unánime eran, no importara qué, el uno para el otro, y sin embargo sabían, por buenas razones o no, que ese viaje tenía un final anunciado: no llegarían más allá. Seguro que ella recordará, o no. A lo mejor es su hábito, el de ‘aparearse’ con desconocidos en el tren, quién sabe. ¿O fue realmente un encuentro que debieron haber seguido hasta las últimas consecuencias? El hecho es que no olvida ese suceso después de años, y tal vez le fue solo un sueño o una realización de deseos que todos llevamos dentro cuando viajamos en metro, o bajo nuestras almohadas.
  


Salvajes nuevos

    A puertas cerradas y a televisión abierta fue el pillaje. A sangre fría, como el asesino de Capote, dirá uno que sabe de muertes: es un sobreviviente. Se cambiaba la ley y no habría problemas por decenas de años, fue el sueño y sabían que lo iban a lograr: tenían el poder de la fuerza y eso les daba la razón. Fueron unos salvajes que querían hacer pagar caro la revolución que tuvieron no ha mucho. Si no hubiese habido educación, todo habría andado bien para sus bolsillos y no se habrían rebelado, buscando un imposible y reclamando por un mundo mejor, los muy malditos. Para eso cortaron de raíz todo, antes que les salieran alas de nuevo a los revoltosos que no dejaban tranquilo el país. Ahora sí es una taza de leche, y eso tiene que preservarse: el estado tiene que sacar sus manos, y que entre a tallar el capital y la libertad de enseñanza, es decir la de ellos: ¿ley del embudo? El neoliberalismo entraba en la arena como el mejor de los salvajes: destruyendo todo. Ahora, y entonces, en los días de su reinado, el país se vino abajo, pero no en la caída libre del poeta de Huidobro, sino en la peor de todas, la del sálvese, o rásquese, quien pueda: los pobres con su pobreza, los ricos con su riqueza y los chicha ni limoná... Pues a ellos les llegará cuanto antes y sin darse cuenta la hora de pagar. Siempre habían tenido al ministerio entre ojos, por eso lo hicieron pedazos y ahora andamos volando bajo; la anarquía es de padre y señor mío. De esa destrucción viene todo, el mal y el malestar y la desazón que abruma y está despertando a unos tantos: lo hicieron un país farandulero; ayer y lo es hoy, en una decadencia sin parangón ni paracaídas; de mal educados. Capitalismo salvaje,  puro y simple brilla en el smog de Santiago y nada más, donde los nuevos neoliberales se soban las manos tratando de seguir viéndoles la suerte a los ciudadanos que cada día que pasa son más bobos. Para ello destruyeron la educación y le dieron chipe libre al amor tirano: la omnipresente televisión que todo lo abarata, hasta el alma. Capitalismo, neoliberalismo son la misma historia dirán los desencantados o los que ven bajo el agua; otro le responderá que son iguales de salvajes, los de ahora y los de ayer. Depende desde donde se mire, les responderá un liberal recién llegado a bordo y tal vez sea la primera rata que escape del barco que se hunde.




Juegos peligrosos, crímenes perfectos

     Se llaman vigilantes, pero más que nada son cazadores. No de fortuna sino de infortunados. Y les va bien, porque tienen armas de última generación, por lo que los que caen en el centro de sus miras no tienen escapatoria. Se ungieron a sí mismos en vigilantes de la frontera sur de Estados Unidos, materia que debiera estar en manos de las fuerzas policiales de fronteras, pero como éstas no dan abasto ante el flujo y reflujo migratorio, tomaron la justicia en sus manos y así les va a los que entran en el horizonte de sus armas. Las autoridades hacen la vista gorda y las denuncias de las organizaciones de apoyo a los inmigrantes caen en saco roto. A río revuelto están sacando ganancias de cazadores: han pasado a ser los nuevos héroes para los más retrógrados del país hambriento de héroes de cartón piedra. Todavía no siembran la frontera de cadáveres, pero ya hay una cantidad sustancial de muertos por una bala entre ceja y ceja o en el corazón, a los que dejan tirados para que sean un aviso intimidatorio a los que seguirán la suerte de los caídos en esta guerra injusta. Quieren hacer cada vez más difícil el Paso al Norte a los desesperados del mundo, pero no van a conseguir nunca que éstos dejen de arriesgar sus vidas. Porque más les vale perderla de un viaje, que a fuego lento en sus países donde no tienen ninguna tabla de salvación. El Norte es la última esperanza que tienen y es por eso que no se arredran; porque no tienen mucho que perder, si acaso la vida: se la juegan a fondo en esa aventura. Un nuevo fascismo ha nacido en Estados Unidos; los vigilantes y los Minutemen son una muestra oficial de esa lacra. Un linchamiento a mansalva está ocurriendo en la Frontera Sur –y no hay autoridad local ni federal que le quiera poner atajo– a plena luz del día y de la noche. Por cierto la vida no vale nada para los que cazan hombres, mujeres y niños como si fueran conejos al norte del río Grande.

  

Lección de vida

     Los estudiantes la escucharon sin respirar; a más de alguno le salió un suspiro, tal vez una lágrima: algo emocionante había en la mujer que los visitaba. Como ellos había llegado bien lejos en la vida, pero también pasó el infierno de los suyos. Por culpa de los escuadrones de la muerte huyó al Norte; era profesora y la habían amenazado de muerte; por eso se aventuró en la travesía que le cambiaría la vida para siempre. No les contó las que habrá pasado en su camino a estar viva.  Los jóvenes saben de su pasión porque también la vivieron sus padres; incluso alguno de ellos mismos ha replicado la huida de la maestra Palacios, por culpa de las pandillas o por reunificación familiar. También son mojados y por eso entienden de lo que les habla. La guerra destruyó las familias del campo y la ciudad y por eso llegaron por estos lados, por nada más entonces; y por la otra guerra que asola a El Salvador después de la paz: la pobreza y las maras. Llegó a ser doctora, porque no se quedó rumiando su rabia ni tampoco muriéndose de nostalgia. Ni la muerte ni la distancia tuvieron dominio en sus territorios ni mucho menos en su alma.