sábado, 9 de abril de 2011

  




Utopía y mala educación

     La educación en el país: un chiste de mal gusto. Si no se le pone el cascabel al gato, las cosas irán de mal en peor. No pueden estar peores, responde uno que estuvo en la revuelta y salvó la vida porque Dios es grande y era corredor como una liebre. ¡Pero no es un chiste! Es para ponerse a llorar a gritos, reclama una madre que ve en la televisión que era a su hija a la que estaba apaleando un policía. No es que se haya topado con la Iglesia, sino con la estupidez de los políticos que siguen comulgando con ruedas de carretas y agradeciéndole a la dictadura las amarras y siguen al pie de la letra los dictados de las sacrosantas leyes del mercado, de ese modo dejan que se salve el que pueda en esto de educarse. El caso es que ni para mini negocio da la cosa. La educación pasó a ser más que un negocio un gran negociado, y por eso estamos como estamos: la mataron los ideólogos de la dictadura que se infatúan todavía con lo de la libertad de enseñanza, eufemismo que sería patético si no fuera de vida o muerte. Es ridículo, o criminal, que no sea una razón de estado, dice una abuela que se educó en las escuelas de antaño. Los estudiantes se están subiendo por el chorro le dice el ministro del interior sin asumir sus palabras y diciéndole usted lo escribió, a la periodista que lo confronta. ¿Subiéndose por el chorro? ¿Esa es la manera de responder a un movimiento de niños que no quieren tomarse el cielo por asalto si no tener un pupitre donde poder soñar con un futuro más ancho y menos ajeno y bastardo? Vergüenza debiera darle al señor ministro, al presidente y a todos los que han hecho la vista gorda sobre la mala educación en el país: ésta es un fracaso total, hace agua por todos lados. Ningún parche la arreglará, por más buena voluntad que se ponga en contener la avalancha. Podemos deducir que los estudiantes no quieren tener un futuro promisorio sino un presente que los ayude a recuperar el tiempo perdido y no ser nunca más las víctimas de un sistema educacional hecho a la medida de los que no quieren que seamos un país de libres. Moraleja obvia, o no tan obvia, para muchos: La mala educación mata. Es todo; así terminó el cuento. Sin embargo, la revuelta dará sus frutos, más temprano que tarde, dirá un romántico que no pierde la esperanza al ver al futuro de toda patria: los niños, tomando las riendas del fracaso de los adultos, que todavía no entienden que la cosa va por otro lado. Sin revolución no hay pan, sin educación nunca habrá evolución.

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