Juegos peligrosos, crímenes perfectos
Se llaman vigilantes, pero más que nada son cazadores. No de fortuna sino de infortunados. Y les va bien, porque tienen armas de última generación, por lo que los que caen en el centro de sus miras no tienen escapatoria. Se ungieron a sí mismos en vigilantes de la frontera sur de Estados Unidos, materia que debiera estar en manos de las fuerzas policiales de fronteras, pero como éstas no dan abasto ante el flujo y reflujo migratorio, tomaron la justicia en sus manos y así les va a los que entran en el horizonte de sus armas. Las autoridades hacen la vista gorda y las denuncias de las organizaciones de apoyo a los inmigrantes caen en saco roto. A río revuelto están sacando ganancias de cazadores: han pasado a ser los nuevos héroes para los más retrógrados del país hambriento de héroes de cartón piedra. Todavía no siembran la frontera de cadáveres, pero ya hay una cantidad sustancial de muertos por una bala entre ceja y ceja o en el corazón, a los que dejan tirados para que sean un aviso intimidatorio a los que seguirán la suerte de los caídos en esta guerra injusta. Quieren hacer cada vez más difícil el Paso al Norte a los desesperados del mundo, pero no van a conseguir nunca que éstos dejen de arriesgar sus vidas. Porque más les vale perderla de un viaje, que a fuego lento en sus países donde no tienen ninguna tabla de salvación. El Norte es la última esperanza que tienen y es por eso que no se arredran; porque no tienen mucho que perder, si acaso la vida: se la juegan a fondo en esa aventura. Un nuevo fascismo ha nacido en Estados Unidos; los vigilantes y los Minutemen son una muestra oficial de esa lacra. Un linchamiento a mansalva está ocurriendo en la Frontera Sur –y no hay autoridad local ni federal que le quiera poner atajo– a plena luz del día y de la noche. Por cierto la vida no vale nada para los que cazan hombres, mujeres y niños como si fueran conejos al norte del río Grande.
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