Salvajes nuevos
A puertas cerradas y a televisión abierta fue el pillaje. A sangre fría, como el asesino de Capote, dirá uno que sabe de muertes: es un sobreviviente. Se cambiaba la ley y no habría problemas por decenas de años, fue el sueño y sabían que lo iban a lograr: tenían el poder de la fuerza y eso les daba la razón. Fueron unos salvajes que querían hacer pagar caro la revolución que tuvieron no ha mucho. Si no hubiese habido educación, todo habría andado bien para sus bolsillos y no se habrían rebelado, buscando un imposible y reclamando por un mundo mejor, los muy malditos. Para eso cortaron de raíz todo, antes que les salieran alas de nuevo a los revoltosos que no dejaban tranquilo el país. Ahora sí es una taza de leche, y eso tiene que preservarse: el estado tiene que sacar sus manos, y que entre a tallar el capital y la libertad de enseñanza, es decir la de ellos: ¿ley del embudo? El neoliberalismo entraba en la arena como el mejor de los salvajes: destruyendo todo. Ahora, y entonces, en los días de su reinado, el país se vino abajo, pero no en la caída libre del poeta de Huidobro, sino en la peor de todas, la del sálvese, o rásquese, quien pueda: los pobres con su pobreza, los ricos con su riqueza y los chicha ni limoná... Pues a ellos les llegará cuanto antes y sin darse cuenta la hora de pagar. Siempre habían tenido al ministerio entre ojos, por eso lo hicieron pedazos y ahora andamos volando bajo; la anarquía es de padre y señor mío. De esa destrucción viene todo, el mal y el malestar y la desazón que abruma y está despertando a unos tantos: lo hicieron un país farandulero; ayer y lo es hoy, en una decadencia sin parangón ni paracaídas; de mal educados. Capitalismo salvaje, puro y simple brilla en el smog de Santiago y nada más, donde los nuevos neoliberales se soban las manos tratando de seguir viéndoles la suerte a los ciudadanos que cada día que pasa son más bobos. Para ello destruyeron la educación y le dieron chipe libre al amor tirano: la omnipresente televisión que todo lo abarata, hasta el alma. Capitalismo, neoliberalismo son la misma historia dirán los desencantados o los que ven bajo el agua; otro le responderá que son iguales de salvajes, los de ahora y los de ayer. Depende desde donde se mire, les responderá un liberal recién llegado a bordo y tal vez sea la primera rata que escape del barco que se hunde.
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