Tentados
La dejó ir sin más, no porque quisiera. Era una desconocida y en aquellos minutos que estuvieron juntos les fue como la eternidad. A primera vista les fue el todo, que en todo caso no habría sido nada si no hubiera sido que la hermosa apoyase su pubis, como si nada la cosa, en el perfil de su mano que iba sujeta a la baranda metálica. Todo fue siendo súbito, ni que hubiera sido sueño. Dos, tres, cuatro estaciones; habría seguido hasta el final con ella, pero tenía que bajarse en El Llano. Sería todo, y más que una ilusión. Se movía al compás del tren, como si nada, y el vaivén imperceptible lo hacía soñar con el paraíso. Le recorría el calor que a todos nos da, y el morbo maravilloso. En ese instante único y unánime eran, no importara qué, el uno para el otro, y sin embargo sabían, por buenas razones o no, que ese viaje tenía un final anunciado: no llegarían más allá. Seguro que ella recordará, o no. A lo mejor es su hábito, el de ‘aparearse’ con desconocidos en el tren, quién sabe. ¿O fue realmente un encuentro que debieron haber seguido hasta las últimas consecuencias? El hecho es que no olvida ese suceso después de años, y tal vez le fue solo un sueño o una realización de deseos que todos llevamos dentro cuando viajamos en metro, o bajo nuestras almohadas.
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